Ana Garralón llegeix Robinson Crusoe de Daniel Defoe

Robinson Crusoe, Daniel Defoe

El hombre abandonado en una isla… ¿hay una fantasía humana tan antigua como esta de reinventarse y vivir alejado de lo que conoce? El primer escritor que narró esto fue Daniel Defoe (1660?-1731), y se dice que lo escribió para la educación de sus hijos en una época en que los pedagogos cuestionaban los duros métodos educativos proponiendo menos castigos.

Esta preocupación por la educación de los hijos se extendió a las incipientes clases medias, donde los padres debían ocuparse directamente de ellos. No es extraño que Defoe, comerciante inglés, destinara su primer libro a la educación de los hijos. Defoe, “un hombre honrado y trabajador, casado y cargado de hijos, periodista y escritor oscuro”1, pero también ambicioso por mantener su estatus de burgués, dedicó sus últimos años a la escritura y redactó el que hoy es considerado como un clásico de la literatura juvenil: Robinson Crusoe, publicado en 1719. Robinson Crusoe fue el encargo de un editor y Defoe tuvo que escribirlo en dos meses. A pesar de esta precipitación -lo que ocasionó muchas críticas por las numerosas inexactitudes y errores que contenía- la novela alcanzó tal acogida que fue traducida a numerosos idiomas y el autor se vio obligado a escribir una segunda y tercera partes mucho menos interesantes y exitosas. En la actualidad es considerada como la primera gran novela de aventuras.

El título original de la novela nos da una idea del contenido: La vida y las singulares y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe, marino de York, que vivió sin compañía, durante veintiocho años, en una isla desierta de la costa americana, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco, tras haber sido arrojado a la orilla, a consecuencia de un naufragio en que perecieron todos los tripulantes del navío, salvo él; con la narración del modo, no menos singular, como fue libertado por unos piratas.

Defoe había leído en la prensa la curiosa historia del marinero Selkirk, que vivió solo durante cuatro años en la isla chilena de Juan Fernández y se transformó casi en un salvaje, de forma que cuando fue rescatado y llevado de vuelta a Londres se convirtió en una de las mayores curiosidades de la ciudad. Era una práctica habitual en la época: abandonar a un marinero en una isla como un castigo por su indisciplina. Tiene incluso un nombre, maroon. Eso le inspiró la historia de Robison y su estrategia para sobrevivir. Robinson relata tan bien las circunstancias en las que vive, detalla lo más insignificante, es tan meticuloso y preciso, que todo parece real. No es un héroe: se marea, tiene que comer y beber, dormir y se enferma como todos nosotros. Lleva sus cuentas al detalle y son famosas sus listas que reflejan el espíritu comerciante de su autor. Robinson además tiene un compañero, Viernes, el salvaje al que logra convertir en un aliado.

Robinson es el primer burgués que huye de su civilización para crear otra similar en condiciones insólitas. El lector se entera con detalle de sus animales, las plantas de su jardín, las paredes de la cabaña, los fosos y las empalizadas, sus armas, sus cacerolas, sus ollas. Conocemos la fecha, el año, el mes y el día: nadie tiene dudas de su poder para creer en su proyecto. No importa que la única imagen que tenemos nos lo pinte como un señor de largas barbas, que lleva un sombrero puntiagudo, pieles de animales, un fusil y una sombrilla. ¡Y un loro en el hombro!

Lo que Defoe, a diferencia de la realidad, plantea es que el hombre solitario no se convierte en un salvaje sin que en los años en que permanece abandonado no pierde la facultad del habla ni del raciocinio, a diferencia de los marineros como Selkirk que acababan convertidos en monos, ligeramente superiores a los salvajes, pero monos, al fin y al cabo.

El éxito –todavía hoy- de la narración de Defoe radica en el regreso al mito del hombre abandonado y solo ante el peligro, aunque esta vez no se trata de un héroe con poderes sino, según la tradición de la literatura popular, un hombre corriente que debe superar por sí mismo las adversidades de la vida mientras estas, a su vez, le transforman a él. Robinson, en un momento de su relato, reconoce: “cediendo a mis impulsos obedecí ciegamente los dictados del capricho y no los de la razón”. En los mitos antiguos (Simbad el marino, Ulises vagando por los océanos) el hombre se bate con la naturaleza, que siempre es hostil, y que a fuerza de coraje y astucia, consigue vencerla. Lo que Robinson deja, 28 años después de llegar a la isla desierta, es una tierra fecunda, creada con sus propias manos, las manos de un hombre corriente que busca, tantea y prueba. El énfasis que en el título se hace sobre una “historia real” permite a los lectores identificarse con él. Esta presencia de un hombre común tendrá un significado político y social que no todas las capas de la sociedad estaban dispuestas a reconocer, como lo explica el escritor Antonio Martínez Menchén: “la narrativa que inaugura el Robinson de Defoe es la correspondiente a una nueva sociedad, la capitalista, cuyo elemento representativo y dominante será el miembro de una clase que va a lograr a finales de ese siglo adueñarse del poder: la burguesía.”2 Esta novela de aprendizaje, que toma elementos de la época como la fuerza de lo humano y lo racional en la construcción de la sociedad, fascina a todos porque contiene las preguntas básicas sobre el sentido de la vida, además de permitir una rápida identificación entre los niños, habituados a ser “robinsones” en sus juegos al investigar, desmontar y reconstruir la realidad. El libro es un homenaje a la industria humana y Robinson se presenta como un hombre que lucha por conseguir sus necesidades básicas: orden, espacio, alimento y rutinas controladas. En un momento Robinson relata, orgulloso: “me complacía pensar que era dueño de una casa de campo, así como otra junto al mar.”

El personaje de Defoe no se plantea si su estancia en la isla responde a la pregunta de ¿es la conquista el auténtico motivo de la aventura? Sino que la convierte en aventura en sí misma, y ahí comienza y termina su periplo. El autoanálisis, las listas, los inventarios, la preocupación por la salvación, el conocimiento del mundo físico a través de los sentidos… Mientras que otros protagonistas regresan al hogar para aceptar la vida, Robinson muestra la fantasía de que el hombre puede forjarse el mundo a su manera. Marc Soriano ha dicho que “lo que aman los niños en la novela es el hecho de que les presenta un gran tema, y una gran tema del repertorio adulto: un hombre que se mide con la naturaleza y que, en la propia lucha, se vuelve adulto en el sentido más fuerte y más elevado que puede tener la palabra”

Robinson inauguró la novela moderna, reinvindicó el trabajo como transformador de la naturaleza y creó la primera novela de “clase” al dar el poder a los comerciantes como aspirantes al poder y a la riqueza. Estamos en Inglaterra, siglo XVIII, Defoe es protestante. Inmediatamente después comenzaron los libros pedagógicos de robinsones: Rousseau escribió en su tratado pedagógico Emilio que el único libro que le dejaría leer a su pupilo sería el Robinson Crusoe. Su pedagogía animaba a los niños a hacer todo por sí mismos adquiriendo sus propias ideas.

“Yo quiero -escribió en su Emilio- que su cerebro funcione, que se ocupe sin cesar de su castillo, de sus cabras, de sus plantaciones; que aprenda en detalle no en los libros sino en la vida, todo lo que es necesario saber en un caso semejante”

Rousseau, con la recomendación de Robinson Crusoe como única lectura en la educación, propició el desarrollo de una moda literaria conocida como las robinsonadas. En Alemania, el que es considerado como el escritor juvenil por excelencia de esos tiempos, Joachim Heinrich Campe (1746-1818), dio el primer paso en esta moda al adaptar el original de Defoe, siguiendo lostrazados pedagógicos del momento, y convertirlo en El nuevo robinsón (1779).

Campe quiso aprovechar el éxito del Robinson Crusoe, que circulaba en ediciones muy populares conocidas también por los niños, para difundir sus ideas educativas. “Su intención de que la lectura del libro trate de despertar el respeto y el temor de Dios” le llevó a realizar algunas modificaciones tanto en lo moral y en lo religioso como en el estilo. Por eso, Robinson se convierte en un muchacho que deberá superar la prueba de vivir en solitario frente a la naturaleza. Intercalados con la historia se encuentran los comentarios entre tutor y niño en los que se alecciona sobre temas diversos, como botánica, geografía, historia y religión. Esta adaptación circuló rápidamente por toda Europa y supuso un alivio para muchos preceptores, que vieron en ella la manera más cómoda y acertada de sustituir las fantasías salvajes de Defoe por algo más adecuado para los niños.

En España, donde en 1756 el Tribunal de la Fe había prohibido el Robinson de Defoe, la versión de Campe fue adaptada por Tomás de Iriarte y en su prólogo incluía esta advertencia: “así es que si el antiguo Robinson inglés abunda en peligrosas máximas que le hicieron digno de justa censura entre los buenos católicos, el nuevo Robinson alemán ha sido recomendado por hombres sensatos y piadosos como apto para rectificar el corazón y el entendimiento de los niños”. Campe escribió el libro para combatir lo que él denominaba “esa lamentable fiebre de la sensibilidad” y lo propuso como muestra de la vida real: “imaginé el modelo de un libro que fuese contrario a todos los libros sentimentales de nuestra época, un libro que alejase a los niños de ese mundo de fantasía bucólica, que no vale absolutamente nada, y los volviese al mundo real.”

Treinta años más tarde, en 1812, y en Suiza, Rudolf Wyss (1781-1831) publicó El Robinson Suizo, un libro escrito para la educación de sus hijos, a imitación del de Campe, pero perfeccionándolo según su pedagógico: una robinsonada en familia. Wyss evitó la fantasía de un mundo sin tutela parental e hizo naufragar en una isla a una pequeña familia donde el padre alecciona a sus hijos con diálogos sobre geografía, historia, naturaleza y moral. La educación es algo permanente y perenne, había dicho años antes Heinrich Pestalozzi (1746-1827), y así desea Wyss imaginar a la familia: no sólo como portadora de la educación en cualquier momento, sino también capacitada para compartir las catástrofes.

En la primera mitad del siglo XIX, siguiendo la estela iniciada por Campe y Wyss, el libro de moda para niños continuó siendo la robinsonada. Cada país, cada tendencia educativa, quería tener un Robinson propio. Así nacieron a mediados de siglo El Robinson holandés, El Robinson austríaco, o Iván, el Robinson del norte. En 1852 Catharine Parr Traill (1802-1899) publicó un Robinson canadiense que es considerado como uno de los libros más importantes editados en Canadá. Había también robinsones para niñas, como Emma, el Robinson femenino publicado en Stuttgart en 1837 y Robinsones con todo tipo de protagonistas: niños, jóvenes, dos hermanos, una familia, e incluso un niño en compañía de adultos en La isla misteriosa, publicada en 1874, del escritor francés Julio Verne. Verne lo reinventa, y crea al hombre del siglo XIX que sueña con el siglo XX, pues su protagonista, Ciro Smith, es un ingeniero que no cree en el poder de las manos sino en el del cerebro, la ciencia y, por lo tanto, en el progreso.

El impacto de esta aventura se extendió hasta el siglo veinte. Durante este tiempo no era raro encontrar en la producción de autores con éxito alguna historia inspirada en las aventuras de náufragos. El mismo Julio Verne comenzó sus primeras novelas para jóvenes con estos modelos: Escuela de Robinsones(1882) y Dos años de vacaciones (1888), donde naufraga toda una escuela. También James Fenimore Cooper, famoso por sus historias de indios, se acercó a esta moda con El Robinson del volcán (1830). El escocés Robert Michael Ballantyne (1825-1894) publicó en 1857 La isla de coral, protagonizada por tres jóvenes que naufragan y en la que Viernes se ha transformado en una mujer a la que deben salvar.

La estela del robinson en la literatura es larga. Me gustaría mencionar brevemente algunos ejemplos en la literatura contemporánea para adultos que retoman el tema. Una obra importante fue la de William Golding, El señor de las moscas publicado en 1954, donde el relato es llevado hasta su máxima tensión y la infancia se muestra en toda su crueldad. Los niños perdidos, sin ningún adulto, muestran cuál frágil es la frontera entre civilización y barbarie. En los años setenta el escritor francés Michel Tournier publica Viernes o la vida salvaje donde adopta el punto de vista del esclavo para contar su propia versión.

Ya en el siglo XXI el escritor surafricano J.M.Coetzee escribe un libro titulado Foe (Mondadori, 2…), y en su portada puede verse la estampa típica de Robinson Crusoe. Sin embargo, Coetzee toma el nombre del escritor para fabular a su manera el encuentro de una mujer llamanda Susan que también naufragó en la misma isla que Robinson y donde permanece algunos meses. En esta historia Robinson muere en la travesía de regreso y Susan se empeña en buscar al escritor Foe para que cuente su historia. Obviamente no lo consigue, pues Foe escribe su novela sin mencionar a Susan. Es muy interesante en esta novela la reflexión sobre el lenguaje -Viernes tiene la lengua cortada-, la esclavitud, la liberación y cómo el Robinson original prácticamente desaparece dejando lugar a personajes más complejos.

Por último, me gustaría hablar de la novela La isla de la pasión de la escritora colombiana Laura Restrepo, que utiliza un episodio histórico mexicano para volver a relatar las peripecias de un grupo perdido en una isla. La historia real fue la del capitán Arnaud que, durante la Revolución Mexicana, marcha con un grupo de militares a la pequeñísima isla llamada Cliperton, situada a casi mil kilómetros del puerto de Acapulco, con la misión de defenderla si era atacada por los franceses. No solamente nunca fue atacada, sino que, durante las revueltas de la Revolución Mexicana fueron olvidados y dejaron de recibir las provisiones con las que subsistirían. Restrepo ha querido imaginarse a la mujer del capitán, y sus esfuerzos por hacer de este lugar uno más acogedor. Es muy sugerente esta visión del naufragio desde la mirada de una mujer: nada de playas de arena blanca ni frutos tropicales, sino una naturaleza salvaje e inhóspita.

¿Se lee Robinson Crusoe hoy en día? ¿Aparece en las listas de los clásicos? Quizás su interés se haya perdido hoy en día, pero lo que Defoe inventó fue la representación de un hombre ante sí mismo y ante la naturaleza. El reto que esto representa hoy en día sigue siendo actual y está vivo. El escritor David Vann vuelve a ello en su impresionante novela Sukkwan Island en la que el protagonista se aísla en una cabaña en medio de un paisaje desolador para regresar al origen, borrarlo todo y empezar de nuevo. Y el ilustrador Ajubel nos brinda una relectura del libro original en un emocionante libro sin palabras publicado hace apenas unos años en la editorial Media Vaca y que le valió numerosos premios. Robinson Crusoe es, todavía hoy, un mito lleno de actualidad, como nos lo recuerdan series de la televisión como Supervivientes que se inspiran en ello.