María Campillo llegeix Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain

Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain: un alegato sobre la libertad

 

Samuel Clemens, parapetado en el fluvial seudónimo de Mark Twain, escribe en el prefacio que «La mayor parte de las aventuras reunidas en este libro ocurrieron de verdad», que Huck Finn está sacado de la vida real y, también, que aunque el libro está destinado “al esparcimiento de los jóvenes” parte de su propósito “ha sido recordar amablemente a los adultos cómo fueron alguna vez, y que sintieron, pensaron y dijeron, así como las curiosas empresas en las que participaron”.

 

En efecto, el libro no tiene “edad recomendada”, ni fronteras temporales (pese a que el autor advierte que las costumbres son anteriores en “treinta o cuarenta años” a las de la escritura, en 1876), ni geográficas: podemos acordar con Eliot que para cualquiera que haya leído Tom Sawyer en la infancia, el Misisipí «es el río», el río por antonomasia. Yo misma lo leí, fascinada, a los nueve años, las vacaciones de Navidad del 62, que fueron las de la gran nevada sobre Barcelona.

 

Los niños de entonces no habíamos visto nunca la nieve y para mí, todavía hoy, la nieve está asociada, por extraño

que parezca, al Misisipí. El Tom Sawyer, como todo buen libro, tiene muchas lecturas; y una de ellas recala en las diferentes formas de la libertad por las que cualquier individuo lucha desde la infancia. El papel que la representación de identidades ficticias (si es mejor ser pirata, ser bandolero, ser Robin Hood, etc. cobra en la búsqueda de «la mejor forma de la libertad» se relaciona, por una parte, con la imaginación; por otra, con los modelos de relatos con que se cuenta (narraciones heroicas, poemas escolares, la Biblia, las creencias atávicas, etc.). Pero en cualquier caso queda claro que jugar es siempre representar un papel y es difícil elegirlo. Los límites de cualquiera de las opciones disponibles (¿cuánto aguanta uno en la más soñada isla desierta?) originan las páginas más humorísticas del autor, en estricta correspondencia con sus maravillosas descripciones. La personalidad de Tom, Huck, Joe Harper o Becky Tatcher, enormemente conscientes de las «convenciones» que rigen su mundo y el mundo del enemigo (los adultos), genera empatía porque contiene las leyes generales del comportamiento humano. En el ambiente de un lugar a orillas del río Misisipí poblado por personajes tan dispares (y tan característicos) como la tía Polly, el maestro, el juez Thatcher o Muff

Potter, Tom recrea los errores comunes (el mal cálculo o las formas de «meter la pata», por ejemplo), las pulsiones elementales (el miedo, el amor, el odio), los deseos inconfesables (¿quién no ha querido asistir a su propio elogio fúnebre?), pero también las diferentes formas de libre albedrío de que hace gala. Si, como dijo el poeta, «el niño es el padre del hombre», Tom Sawyer representa la humanidad a escala reducida.

 

NOTA: la edición que uso es la nueva traducción al castellano de Celia Filipetto (Barcelona, Editorial Casals, Letras Mayúsculas, 2010), pero citaré por capítulos para que todos puedan consultar cualquier edición.